jueves, 12 de julio de 2007

Triste Alatriste



Estamos de enhorabuena. Por fin el sufrido espectador español encuentra lo que en lo mas profundo de su interior busca cuando saca una entrada de cine (tan interior que nunca se acabará de reconocer): Un presupuesto descomunal para que el espectáculo de la gran pantalla colme todos nuestros deseos. Una historia épica que promete poner los pelos de punta. Una reputación sobrada como novela histórica de un quizá sobrevalorado Pérez Reverte. Y, por encima de todo, encontrar por fin una pequeña puertecita con la esperanza de que al abrirla, descubriremos una nueva manera de hacer cine. El cerrojo está echado y tenemos la llave. Así pues, entremos.


Como decíamos anteriormente, al comprar la entrada parece que se siente como algo "especial". Esto no es como cuando reservas butaca para una torrentada o una Almodovarada. Esto es diferente. La sala parece más grande. La silla sospechosamente más cómoda. Incluso hasta deja de molestarte el insoportable crujir de palomitas que emite tu efímero vecino de butaca. Todo está dispuesto. Las luces caen y comienza el carrusel de imágenes. El cambio. La nueva manera de hacer películas en españa.


Como en un buén combate de boxeo, un directo en la cara tras el gong de salida puede ser mortal de necesidad. Y no es que Viggo Mortensen se haya calzado los guantes. Es el primer regalo con el que nos obsequia el director de casting en forma de golpe bajo. La elección del argentino como protagonista cae de un plumazo en el momento en el que sus cuerdas vocales se tensan para emitir sonidos y tratar de imitar un acento que no posee, convirtiéndolo constantemente en la caricatura de un alcohólico incapaz de mantener una conversación sin reirse de él. La primera, en el minuto primero. En la cara.


Y es que, sufridos espectadores, lo que no sabíamos cuando decidimos hacer cola en la taquilla es que recibiríamos una paliza increíble. Asalto tras asalto, secuencia tras secuencia. Lo siguiente que experimentaremos será un profundo sentido de desorientación. No nos enteraremos de lo que pasa, nos haremos las típicas preguntas de "¿Por qué hace esto?", "Y ese ¿Quien es? ¿Qué pinta en la historia?", miraremos el reloj constantemente y nos aburriremos sin remedio. No es que estemos noqueados (aún no, lo mejor, como siempre, para el final). Es que la película nos muestra una absoluta carencia en el aspecto de guión. No hay narración al uso. Las cosas ocurren porque sí y punto, sin elementos que las provoquen, y, los escasos que hay, no están explicados. Quizá piensen que con un par de combates de metal consigamos olvidarnos de esto. Pero, amigos profesionales del cine, si no hay identificación por parte del que paga, nadie hablará de la peli cuando salga. Realmente nos da igual lo que le pase a Alatriste o a cualquiera de sus compañeros. Dos horas de planos bonitos, uno detras de otro. Como ver dos horas de fotos que nada tienen que ver entre sí. Multitud de golpes distintos.


Pero ya lo decía mi humilde pluma: lo mejor siempre para el final. Tenemos dos maneras de resolver este combate. Del lado de los que se han leído las novelas o del lado de los que no. Estos últimos, una vez llega el final, lo único que tienen en mente es volver a casa a ver cómo han quedado los partidos del domingo. Una peli más que olvidarán mañana. Del otro lado (entre los que me encuentro por desgracia), los sufridos lectores, que han tenido doble ración de golpes, pues delante de sus ojos ha pasado una historia diferente. Una adaptación absolutamente libre que no sólo no respeta al original novelístico, sino que lo degrada y denigra en un final triste, facilón, absurdo, imposible. Un, dos, a la lona.


La pregunta es ahora si después de la cuenta hasta diez del árbitro nos seguirán dando ganas de comprar una entrada en el futuro para que nos vuelvan a apalear. Quién sabe. El gran espectador es siempre masoquista por naturaleza.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo mejor de la película para mí era el principio. Verlos en el agua con las armas en alto para que no se les moje la pólvora.
El resto es una clase sobre cómo no se debe hacer una adaptación.
Ahhh y también salvo a mi paisano Javier Cámara. El mejor Condeduque de Olivares.
Espero que Díaz Yanes vuelva a recuperarse y demuestre que sigue siendo el mismo que firmó ese pedazo peliculón de "Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto".
Y que la siguiente superproducción española aprenda de los errores de ésta.